martes, 12 de enero de 2010

...Mordred

Habían llegado a la capilla de Estambul gracias a Nathan. Prácticamente todos estaban heridos. La prioridad fue esa, sanar; Thomas ayudó en lo que pudo. Pero no todas las heridas son en la carne, algunas van más profundo que eso, llegan al espíritu de todos, y también al del equipo. "...al espíritu de la manada."

Por supuesto, no importaba lo que nadie dijera: Thomas no podía culparse. Si lo hacía, era claro que debía irse, y esa idea no iba con él.


Lo que sucedió inmediatamente depués de su llegada fue confuso. Recordaba haber discutido, pero las heridas, la pérdida de sangre y la desesperación contenida le embotaban la mente; no sabía si había discutido con sus compañeros, con Ella, consigo mismo o con los Thomas de otros tiempos. Sólo recordaba con claridad a Eleanor.

Llegó tambaleándose a la habitación donde la había dejado, noches atrás, al cuidado del maestro Hakan. La encontró ahí, extendida en la cama, inconciente; estaba seguro de que no se había movido por sí misma desde entonces. Su cuerpo estaba vacío; su presencia era tenue. Se preguntó si podría hacer algo para ella, si podría ayudarla, como ella lo había ayudado a él. "Hakan vela junto a ella, yo aquí soy un estorbo." Las palabras se le mezclaron, resonaron con otras voces. "...sos un estorbo..."


La "Habitación del Tiempo" estaba bastante concurrida: todos querían aprovechar al máximo el tiempo disponible, antes de que las convulsiones de la realidad fuesen demasiado poderosas. Thomas se había aislado; buscó un lugar apartado en aquella vastedad ¿infinita?, y se instaló. Tardó todo un día en hacer surgir allí el lugar que necesitaba para su entrenamiento: los árboles trepaban alturas insondables, el terreno era irregular, y confiaba en que nadie quisiese entrar a molestarlo.

El silencio era total; no había animales que treparan y se arrastraran, ni viento que meciera el ramaje de los árboles, ni arroyos corriendo ni manantiales brotando; solamente la vida exhuberante de una selva y él.

Con el correr de los días, apareció allí un solo animal, que corrió y trepó a los árboles y cruzó la extensión de la selva y durmió sobre la tierra. Al principio tenía rasgos humanos, pero los fue dejando atrás. Un pelaje oscuro pronto cubrió todo su cuerpo, y sólo en su mirada se reconocía algo que no era del todo salvaje.

Transcurrieron varios días; los frutos jugosos de unos arbustos le dijeron que llevaban dos semanas de vida. Las grandes flores anaranjadas, púrpuras y amarillas del árbol que estaba en el centro, vertían en una hondonada un néctar líquido y traslúcido que pronto formó una laguna; sus ramas se extendían en todas direcciones, y sus grandes raíces asomaban bastante por encima de la tierra. La corteza crujió, y en una grieta surgió un ojo; las ramas se movieron y las hojas se secaron al instante; las raíces removieron la tierra y se alzaron como pies.

No estaba seguro, pero afuera habrían pasado dos días. Thomas se sumergió en aquella laguna viva, limpiándose de los restos de corteza -de los restos de piel- y purificando su cuerpo. El tiempo había terminado; aquel microcosmos agreste había cumplido su ciclo vital, así como él había cumplido un ciclo. Cada respiración llenaba sus pulmones con aquel néctar, y los vaciaba nuevamente; cada respiración empujaba a aquellas plantas superdesarrolladas hacia el decaimiento, hacia ese silencio que esperaba desde el momento mismo en que nacieran. Luego, ese silencio sería sonido nuevamente, en otras formas, con otros ritmos.

La selva se volvió seca y el suelo se hizo tierra fértil. La vida que había surgido se extinguió.


Ataviado con aquellas protecciones, Thom se pensó a sí mismo como el caballero negro, Mordred. Durante toda su vida, había aprendido la historia y la cultura, la religión y el misticismo, las poesías y los saberes. Pero nunca había sido uno con la vida, con el mundo vivo. Había contemplado el cielo, y había visto el reflejo de la tierra en él, pero no había estado realmente conectado con la tierra.

Ahora, había sido animal, depredador y presa; había sido árbol, conectando el cielo en sus ramas con la tierra en sus raíces; había sido agua viva y tierra viva. Encarnó la confluencia de la que fue exponente Mordred, quien fue la unión entre las Viejas Costumbres y la Nueva Religión, entre los bosques y las ciudades, la Buena Gente y los Humanos. Thomas unió la sabiduría de la tierra con la religión de la ciencia, aunque sin verla como una religión; fue ciudad y también fue bosque; y unió en su sangre la sangre de los pueblos de las islas, el agua de sus ríos y la magia de sus brujos.


Andando lentamente pero con seguridad, llegó a la salida de la Sala. Era momento de tomar decisiones y de comprobar el lugar de cada uno ahí fuera, en esa selva plagada de edificios, arena, titanes y tiempo.

(escribió Jaime)

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