jueves, 31 de julio de 2008

Preludio: Nic DíPlee



Nic no se acordaba nada de su familia real; era huérfano. Creció en un orfanato manejado por la iglesia. Nunca encajó muy bien ahí y sufrió mucho abuso por parte de los otros. Como no encajaba con la gente de su edad, empezó a relacionarse mucho más con la gente adulta del orfanato, mayormente monjas y curas. Durante este período, se formó su visión del mundo. Él ve a la gente como piezas en una gran máquina que gira constantemente en innumerables dimensiones. Este concepto proviene de su inhabilidad de relacionarse íntimamente. La gente de su edad siempre lo trató como un extraño; los adultos nunca pudieron aceptarlo como a un igual socialmente.

Durante su tiempo en el orfanato, poco a poco, parecía más un empleado de la institución que un residente. Cuando hubo una oportunidad de trabajar en la institución, siempre la aprovechó. Empezó repartiendo comida en el comedor y gradualmente fue agregando responsabilidades en sectores diferentes. Terminó trabajando en la enfermería.

Fue durante su tiempo en la enfermería, a los 15 ó 16 años, que conoció al Padre McKleland, un Padre poco tradicional. McKleland fue un Despierto de las Tradición Coro Celestial y él se dio cuenta del gran potencial de Nic. Fue él que se encargó de Despertar a Nic. Quizás porque siempre Nic se veía muy diferente a los otros, pero sentía algo valeroso en si mismo, el poder vino bastante naturalmente a Nic. Como si Nic siempre lo hubiera sabido pero carecía de las herramientas para darse cuenta solo.

La enseñanza del Padre McKleland se enfocó en encontrar el gran “esquema” y ayudarlo a cumplirlo. Enseñaba que la magia era como una liga fina, no un martillo. No explicaba la paradoja como algo que castiga al mago bruto, decía que era una guía. Una guía y un amigo para encontrar el sendero de mínima resistencia en el gran esquema. Nic comprendió estas cosas muy fácilmente como encajaban perfectamente con su visión del mundo como una máquina eterna.

Además de enseñar sobre la magia en general, el Padre McKleland siempre hablaba de “la canción cósmica” y “lo Puro,” imágenes que contrastaban mucho con el ambiente en la enfermería, un lugar de enfermedad, sufrimiento y frecuentemente la muerte. Nic entendía lo que decía el padre pero sentía que a las teorías del Padre les faltaba algún componente. Nunca le convencía completamente.

Después de dos o tres anos, el Padre empezó a ver que Nic era diferente y quizá la tradición de Coro Celestial no iba a ser su camino. Quiso darle a Nic la alegría que él sacaba del “Uno” pero vio que Nic no podía de la misma manera. Veía que Nic siempre se ocupaba de la cosas más feas, limpiar el vomito y sangre, quedarse despierto toda la noche con alguien muriendo, etc. El Padre McKleland hacía estas cosas también cuando era necesario, pero prefería cantar con los chicos o hacer otras actividades que lo detraía de la situación negativa. Cuando el Padre le decía a Nic “pasás mucho tiempo con la parte fea de nuestro trabajo.” Nic siempre respondía, “Padre, alguien tiene que ocuparse del mantenimiento si va a seguir girando.”

Después de unos años con el Padre, Nic cumplió 18 años, la edad en que no podía quedarse más en el orfanato como residente. McKleland lo ayudó encontrar un trabajo de enfermero en un hospital y un departamento humilde. No fue muy difícil encontrar el trabajo porque Nic tenía mucha experiencia y era muy bien educado entre sus estudios regulares en el orfanato y los del Padre.

Durante los años siguientes Nic empezó su propia educación en el mundo. Fue difícil en un principio pero poco a poco se acomodó. No encontró muchos amigos pero se llevaba bien con todos. Empezó a trabajar de noche en el hospital. Fue en este período que Nic comenzó a darse cuenta de algo siniestro. Frecuentemente, encontró a pacientes con marcas en el cuello, como dientes. Estas mismas personas sufrían de anemia u otras enfermedades de la sangre. Lo más raro era que los otros doctores y enfermeras no veían las marcas.

Nic buscaba y estudiaba el fenómeno en su tiempo libre y descubrió la existencia de los vampiros. El concepto de los vampiros era muy atractivo para Nic en un principio. Quería entender cual papel cumplían ellos. Rápidamente consumió toda la literatura disponible acerca de los vampiros, desafortunadamente, era muy difícil separar los hechos de la ficción. Al fin decidió que necesitaba ayuda y volvió a su viejo maestro, el Padre McKleland. McKleland le confirmó la existencia de los vampiros pero no sabía mucho más. Decía que eran malvados, peligrosos y insistió que no eran parte del gran esquema. Como evidencia, contaba que la paradoja, la guía del sendero, no funcionaba para ellos. Nic interpretó que los vampiros debían ser arena en la maquina eterna.

A pesar de las fuerte advertencias del Padre, Nic decidió que la única manera de profundizar su conocimiento de los vampiros era estudiarlos directamente, ¿pero cómo encontrarlos? ¿Dónde viven? ¿Qué hacen cuando no están produciendo pacientes para el hospital? En lugar de buscar a otras personas con conocimiento decidió hacer sus propios estudios de las víctimas en su hospital.

Con tiempo y estudio meticuloso de los cuadros de los víctimas, vio que se caían en dos grupos, gente bien sana de familias ricas o gente de la calle, pobre y sin recursos. La gente rica venía por su propia voluntad o acompañados por un miembro de su familia o con un amigo preocupado por el rápido cambio en su salud. La gente pobre invariablemente llegaban al hospital en ambulancia porque alguien los encontraba en la calle muriendo. Más allá de estas correspondencias, no pudo hallar un hilo común entre las víctimas.

Veía que las cosas que podía aprender sobre los vampiros estudiando las víctimas estaba llegando a su fin. Decidió tomar un papel más activo en sus estudios. Le costaba mucho porque Nic siempre fue un tipo solitario. Se dio cuenta que no sabía ni donde empezar a buscarlos, ni a los vampiros ni a los víctimas que lo podrían guiar a los vampiros. Era completamente inepto socialmente.

Nic no iba a rendirse por algo tan tonto como su ineptitud social. Fue a la única persona que consideraba un amigo, el padre McKleland. El padre aprovechó esta oportunidad con todo. McKleland, después de mucho pensar en como se había equivocado con la educación de Nic, le dio la dirección de un club en el centro de la ciudad. McKleland había decidido que le falló a Nic en su educación sobre las otras tradiciones. El club donde mandó a Nic era un lugar donde se juntaban muchos magos, no exclusivamente magos pero bastante para que fuera probable que encuentre otros como él.

Nic fue al club pero lo trató como una investigación. Llevó un cuaderno y un lápiz para tomar nota. Eligió una mesa en un rincón, lejos de la gente. Pidió un trago y no lo tocó en toda la noche mientras miraba y tomaba notas. Lo peor de todo fue que no dejó propina, no por malo sino por ignorancia. Hizo esto durante una semana sin resultados.

Una noche fue y cobraban en la puerta porque era “La Noche del Casino.” Pagó y le dieron una bolsa de fichas para jugar en las mesas que tenían armadas en el lugar. Le informaron que podía cambiar las fichas en el bar por tragos o en la puerta al fin de la noche por efectivo. Entró y buscó su mesa en el rincón pero la habían convertido en una mesa para un juego de dados. Ya había gente apostando y jugando así que Nic se quedó ahí observando. No sabía nada del juego pero quedó fascinado con como los dados, una representación del “azar,” dictaban la felicidad y la tristeza, el ganar y el perder. Lo vio como una metáfora para la gran máquina que gira constantemente en innumerables dimensiones. En poco tiempo se dio cuenta que podía cambiar el resultado de los dados por enfocar en los números.

Unos minutos después de cambiar los resultados a favor de un tipo, escuchó “che, algunos de nosotros dependen de esta noche para aumentar el ingreso, no me cagues los dados.” Casi se le cayó su cuaderno. Alguien podía ver que él estaba usando su poder. Siempre supo que debería haber otros como él y el padre, pero nunca le interesó. Buscó la fuente de la voz que le había hablado y vio a Anderson. Nic Se dio vuelta y fue al bar.

Unos minutos después Anderson se acercó y se presentó. “Hola, me llamo Anderson, solo Anderson. ¿Como te llamás?”
“Díplee, Nic Díplee.” le respondió.
“Bueno, Sr. Díplee, su estilo me confunde, cambiás los dados para otros, normalmente se hacer para ganar guita para si mismo.”
“Le pido disculpas Sr. Anderson-”
“Solo Anderson, y tuteame, no soy tan viejo y estamos en un bar.” inyectó.
“Perdón, ..uh... es la primera vez...”
Anderson lo miró con bastante sorpresa y dijo, “hmmm, entonces, tomá mi tarjeta.” Sacó una tarjeta de su saco y se la dio a Nic. La miró, decía “Anderson Carpinteros, todos tus necesidades en madera.” “Pasate un día y te muestro un par de cosas.” Le guiñó, se paró y se fue. Nic se quedó mirando la tarjeta. ¿Así se hace amigos? se preguntó. El resto de la noche pasó sin complicaciones pero cuando Nic se fue le quedaron las fichas.

Durante la semana siguiente, fue a visitar a Anderson Carpinteros. Su motivación de visitar a Anderson era investigación. No quería revelar que estaba en la búsqueda de vampiros pero esperaba descubrir unas pistas nuevas para seguir. Lo que encontró era mucho más. Resulta que Anderson era un mago de la tradición Eutánatos. Anderson le contó de la tradición y de los magos en general. Tenían una filosofía de la magia diferente al Padre McKleland. Desde el punto de vista técnico, Anderson era mucho más práctico. Su punto de vista filosófico fascinó a Nic. La muerte es necesaria, la muerte no es el final. Brevemente la búsqueda de los vampiros quedó en stand-by.

Durante los siguientes años Nic maduró como mago bajo de la enseñanza de Anderson. Aprendió mucho más de la comunidad de magos y de la tradición Eutánatos. Es decir que se hizo un participante regular, seguía siendo muy solitario, pero mínimamente encontró los recursos necesarios para saber de las cosas que afectaban a los magos, como la Tecnocracia, lo cual antes solo sabía lo suficiente para mantener su distancia. Además empezó a aprender técnicas y conocimientos que antes no habría tenido acceso, como de armas cuerpo a cuerpo y armas de fuego entre otros.

Lo más importante de todo, pudo formular su propia posición y función dentro de su visión del mundo y su filosofía. Entendió que él tenía uno de los trabajos más importantes y menos entendidos de todos: el trabajo de ayudar a los que necesitaban terminar esta vida para poder empezar de nuevo. Esta revelación tuvo consecuencias importantes para su investigación de los vampiros. Ellos también cumplían este rol de una cierta manera, pero su desempeño es desperfecto. A veces mataban a gente sana, que no necesitaba ayuda. Por medio de este concepto, decidió ser una especie de cazador de vampiros. No un cazador de cualquier vampiro pero sí de los que trabajan en contra de la máquina eterna. Es en este momento que encontramos a Nic...

(hasta acá escrito por Gregorio)

El entrenamiento con Anderson fue lo suficientemente riguroso como para que Nic entendiera que la Magia era un proceso muy complejo. El pensamiento Eutánatos entendía correctamente que la muerte era un estado de tránsito entre vidas, todas con un objetivo final en la Ascensión. Una persona que moría, volvería al ciclo para luego reencarnar y corregir sus fallas anteriores. Su maestro era muy criterioso con este asunto: no podía otorgar la "Buena Muerte" a cualquiera, era necesario que se dispensara solamente a aquellos que alteraban el orden divino de las cosas.

Durante los estudios con Anderson, Nic también aprendió a combatir. Los Eutánatos no eran lo mismo sin la gracia de sus armas. Con ellas debían cumplir su función de permitir el ciclo. A diferencia de lo que cualquiera hubiera pensado, Anderson también le pedía mucho a Nic que se acercará a la gente, que no tuviera miedo de la sociedad.

Un día su mentor le contó acerca del Jhor. Esto era una mancha de corrupción que desarrollaban los magos que utilizaban demasiado la entropía, y que gradualmente los iba alejando de la vida mundana. Que los iba convirtiendo en asesinos sin consciencia. En máquinas de matar. Le dijo que tuviera mucho cuidado con esto, que no se aisle totalmente el día que él no estuviera, porque tarde o temprano la mancha lo iba a consumir sin que Nic se diera cuenta.

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Una noche habían salido a rastrillar las calles, como si fueran dos héroes silenciosos encargados de escrutar la realidad en busca de delincuentes del mundo. Era algo difícil para Nic en muchos casos entender la mente de su maestro. Muchas veces, Anderson mataba gente que Nic hubiera jurado que era inocente, pero su maestro decía que era parte del balance. Y muchas veces, dejaba viva escoria social, ladrones, violadores, porque creía que eran necesarios para otras personas experimentar esos horrores. No obstante, cuando Nic estuviera al mando, él decidiría.
Esa misma noche, Nic pudo ver en acción su objeto de deseo: vampiros. Eran dos, adolescentes ambos, punks, que se habían ensañado con una joven pareja. Uno de los punks estaba bebiendo sangre del cuello de la jovencita, mientras que el otro punk aterraba y amenazaba al varon. Nic quedó fascinado mirando el acto, había visto decenas de casos, pero nunca había visto uno en acción. Su maestro actuó con celeridad. Corrió sobre los vampiros, y desenfundando una cuchilla que llevaba bajo su manga, decapitó velozmente a uno de los punks. El otro, sumido en el abrazo, no se percató de la presencia del mago, y apenas terminó de morder a la joven, fue decapitado. Del placer a la muerte, sin escalas.
El joven se asustó y quisó huir; Anderson lo golpeó con la parte roma de su arma y lo noqueó. Luego, sacó un medallón debajo de su saco y lo apoyó gentilmente sobre el muchacho. Pronunció una plegaria a Perséfone, Diosa griega del Inframundo y Esposa de Hades, solicitándole la fuerza para poder desvanecer los malos momentos, que evitará llevarse a esta gente: su misión en la vida todavía no había terminado. Nic salió de su asombro y ayudó a su maestro a acomodar a los heridos. Los cuerpos de los vampiros se habían deshecho.

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Luego, Anderson partió. Le pidió a Nic que no perdiera su alma ante el Jhor, que mantuviera amistades, que se sintiera humano, pero que no abandonara su misión. El carpintero quería terminar sus últimos años de vida en su amada Grecia. No había tenido hijos, y nunca había tenido más amistades que sus clientes y sus esporádicos amigos en el juego. Ambos se fundieron en un abrazo y su mentor se fue.

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Por las noches, Nic seguía saliendo a rastrillar las calles, muchas veces veía a los vampiros saciar su hambre, pero no siempre atacaba. Primero leía las hebras del destino, ellas le indicaban cuando actuar y cuando no. Hasta que llegó esa noche.

Estaba recorriendo las nebulosas calles londinenses, cuando vio una pandilla de delincuentes mutilando un cádaver. Intentó esconderse para leer las hebras, pero lo vieron. Eran cinco vándalos. Se le fueron al humo enseguida, y no tuvo más remedio que defenderse. El que parecía ser el lider lo investigó bastante con la mirada, y acto seguido su cuerpo mutó en una criatura horrenda. Su cara se deformó: uno de los ojos se cayó sobre el cachete casi a la altura de la boca; esta se combó espantosamente y salieron protuberancias dentales enormes; aparecieron dos brazos más. El miedo no embargó a Nic, pero era la primera vez que veía una monstruosidad así. Los otros delincuentes también mutaron en formas grotescas. Y se aprestaron a combatir.
Nic opusó resistencia, pero eran demasiados. Utilizó su magia y logró eliminar a tres, pero sus heridas eran severas. Cuando pensó que su momento había llegado, la cabeza del líder voló lejos de su cuerpo. Nic pudo divisar una mujer, posiblemente la más hermosa que jamás hubiera visto en su vida, no era alta pero tampoco baja, sus cabellos dorados reflejaban la luz de la luna, sus ojos azules eran dos perlas en la oscuridad, y estaba integramente vestida de blanco, como si fuera un ángel. La mujer agitó otra vez su mano -Nic pudo ver que era una garra-, y destrozó al otro engendro.
La mujer miró a Nic y le dijo:
Tené cuidado, la ciudad está llena de estas inmundicias. No te hagas el valiente si no sabes contra quién te vas a enfrentar.-
Nic se quedó sin palabras. Estaba completamente atontado por la situación, y también por la belleza de la mujer. Ella lo notó tenso, sonrió y dijo:
Vos sos el cazador de vampiros... deberías juzgar mejor a tus víctimas, algunos de nosotros somos pacíficos, no consumimos a los humanos hasta matarlos, otros sí lo son, pero son peligrosos. Deberías presentarte ante Mitras, es el príncipe de la ciudad, podrías incluso trabajar con él, cazador.-
La mujer dejó una tarjeta en el suelo, hizo un gesto de despedida y propinó un "nos vemos". Se dio media vuelta y se fue, mientras su piloto blanco bailaba con el viento frío de la ciudad.
Nic tomó la tarjeta, le costó levantarse pero hizo el esfuerzo necesario para ir hasta un hospital de la Iglesia. Allí lo curarían sin preguntar que paso. Mientras estaba en el último día para poder estar en óptimas condiciones, alguien lo fue a buscar al hospital.

(continuación de Draften)

miércoles, 30 de julio de 2008

Preludio: Gabriel Larsen



Las gotas caían con fuerza sobre las chapas del Dojo. No era demasiado pintoresco desde su exterior, pero adentro era confortable. Estaba ubicado sobre la parte este de la ciudad, sobre el East End. Esa zona es la más cercana al puerto original de Londres, plagada de inmigrantes y posiblemente la zona más pobre de la ciudad.
Gabriel abrió los ojos y vio el techo familiar. Un hombre mayor reposaba a su lado. Se palpó instantaneamente la herida pero no encontró nada. Miro su brazo... estaba consumido por el fuego. Había pasado lo peor.

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La vida para Gabriel había sido difícil. Siempre lo discriminaban por algo. Lo rechazaban por pobre, por londinense, por su equipo de fútbol, por rico, se burlaban de su madre, su padre, de quien sea. Sus compañeros de escuela estaba claro que lo odiaban, nunca pudo dilucidar claramente el motivo, pero era evidente que la situación duraría hasta que él se cansara. Y claro esta, la situación tuvo fin. Un día, los jovencitos decidieron tenderle una trampa que terminó con dos de ellos en el hospital. Quedo claro esa misma tarde que él no les iba a perdonar nada: dos de ellos terminaron en el hospital, uno de ellos con fracturas y el otro en estado reservado. Gabriel lo había literalmente, reventado a golpes.
La junta escolar dio su veredicto: no era sano, había que internarlo, estaba poseído por el odio. En estas escuelas postergadas inglesas todavía se aplicaba el castigo físico como medida disciplinaria. Los maestros le tenían miedo. Como contrapartida, un maestro sugirió que practicara artes marciales, al menos para poder encontrar un foco a su violencia. Pese a las airadas protestas de los demás docentes, que consideraban que eso sólo le daría más recursos a la hora de los golpes, se decidió que así fuera. La elección pronto daría sus frutos.

A Gabriel lo ayudo el hecho de que desde ese día, nadie decidió molestarlo más. Los compañeros le tenían temor, y para él era mejor, lo dejaban en paz con su mundo, aunque algo dentro de él lo instaba a pelear.

Los primeros días en el dojo se los pasó pegándoles a sus compañeros. El maestro Jake lo miraba y lo contemplaba en silencio mientras él azotaba al resto. Lo escrutaba física y mentalmente. Su furia seguía venciéndolo una y otra vez. Pero un día el maestro lo enfrentó. Gabriel asustado intentó su repertorio de golpes; todos fueron rechazados y recibió la peor paliza de la que tenga recuerdo. El maestro se sentó a su lado y le dijo: "Tu furia es buena, pero deberías enfocarla, cada ser tiene un enfrentamiento entre su deseo y su razón, y ambos lo conducen hacia el desastre. Debes aprender a controlar tu rabia, ella puede convertirse en una energía infinita y darte la fuerza necesaria para vencer cualquier obstáculo. Debes aprender a controlar tu razón, debes mantener la calma siempre para poder pensar sin ataduras, pero no debes negar al instinto. La clave del ser está en el centro: el equilibrio. Debes fluir siempre por el centro".
El mensaje era críptico, pero Gabriel lo entendió. Con el tiempo, los postulados filosóficos de Jake y su entrenamiento, sumados a las incontables palizas que le propinó, cuadraron en Gabriel. Se volvió más apacible, cambió su postura agresiva, empezó a acercarse a sus compañeros y hasta mejoró en sus notas. Empezó a regular ese flujo de energía en sus actividades, con mejoras increíbles.

Pero como todo en su vida, siempre la furia primal estaba ahí, esa rabia incontenible sólo se ocultaba, nunca se había ido. Una noche al salir del dojo, donde se había quedado charlando con el sensei, unos delincuentes se acercaron para robarlo. Gabriel pudo haberlos neutralizado sin problemas, pero no quería violencia y entregó su billetera. Le pidieron la pulsera de su abuelo, único recuerdo del único hombre hasta la llegada del sensei que se había preocupado por él. Gabriel se negó. Los asaltantes no lo entendieron e insistieron. Él joven sintió la adrenalina fluir por su médula y la rabia se apoderó de su persona tras las repetidas demandas de los malvivientes. Estos a su vez se cansaron y lo atacaron con sus cuchillos.
El miedo debería haberlo paralizado pero no lo hizo. La calma que debería haberlo acompañado tampoco estaba. Sólo había odio e instinto animal. No le harían nada. No le harían absolutamente nada. Y él los mataría, los molería tanto a golpes, los desfiguraría con la fuerza de sus puños. Escorias miserables, se metieron con la persona equivocada. No tendrían oportunidad de redimirse.

Gabriel esquivó los ataques sin dificultad, y cuando lanzó su primer puñetazo hubiera jurado que un dragón de fuego, una sierpe de llamas negras se disparaba de su brazo a la par de su golpe. Si, sería el fin de esos miserables, cuyos ojos demostraban un terror absoluto. Pero el impacto nunca dio a luz. Algo se interpuso entre ellos. Y con horror, Gabriel vio como Jake había parado el puñetazo de fuego oscuro con su cuerpo. En ese instante, sintió una violenta punzada en su espalda, como si una daga congelada se clavaba en su médula. Cayó desmayado.

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La mirada del anciano parecía perdida en la nada, no obstante, cuando habló, Gabriel sabía que era para él.
Tránquilo joven Seito -dijo- no sufras por lo sucedido, lo que ha hecho tu maestro ha sido para mantener tu equilibrio. Para que tu espíritu no se pierda. Él me mandó a llamar porque sabía que este día se acercaría pronto. Ahora tu me seguiras y aprenderas lo que te enseñe. Te queda algo qué decir?
Gabriel entendió lo que había pasado. Las lagrimas, al igual que las gotas que caían fuera del Dojo, parecían en armonía con el lamento de una muerte.
Sí, deseo no volver a lastimar a alguien como lo hice con mi maestro. No quiero volver a hacer esa serpiente de fuego- susurró.
Pero las marcas ya se habían instalado. En su brazo yacía un tatuaje de un dragón negro, el mismo que recubierto en llamas había destrozado el cuerpo de Jake.

El entrenamiento fue corto pero efectivo, el maestro Seinan empleó sus conocimientos didácticos de forma rápida y selló el dragón de Gabriel. Su enseñanza fue similar a la de Jake, pero en otro plano de existencia. Le enseñó a dominar su mente, a controlar las energías básicas del cosmos, a pelear como un dragón, sin perder la furia del Tigre ni la gracia del Fénix. Le explicó la existencia del mundo mágico, de las Tradiciones, de la Tecnocracia, de esa guerra nefasta, de las distintas vertientes de poder que existían en el Tapiz. Lo instruyó asimismo para entender la Paradoja, pero principalmente, lo convirtió en un verdadero hermano akáshico. El dharma, el do, el camino del zen, la quietud, fueron conceptos que Gabriel incorporó rápidamente.

Una noche, Seinan partió. Le dejó una carta pidiéndole que siguiera entrenando y que protegiera la ciudad. Y a la gente sin nada. Había demasiado odio en Londres, demasiada tristeza. Y confiaba en él para hacerlo. Gabriel tomó la posta de Jake. Parte del ciclo, lo que se va, vuelve en otras formas, ahora Jake reencarnaría para seguir adelante su camino, Gabriel todavía le quedaba mucho por aprender en el mundo.

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Tiempo después, cuando cerraba el dojo a los pocos chicos que entrenaba, un hombre entró y preguntó por él.

(escrito por Draften, sobre idea de Max)

martes, 29 de julio de 2008

Preludio: Alexander Papakiriacopulos



La Gran Biblioteca de Alejandría brillaba bajo el sol de Egipto. Esta hermosa construcción probaba que el espíritu humano no habría de claudicar nunca. Pese a haber sido saqueada y quemada, los egipcios la reconstruyeron. Uno diría que un pueblo con tanta historia como el egipcio no tiene porque reconstruir una maravilla que no había sido hecha por ellos, más considerando que había sido levantada por Tolomeo. Pero esa biblioteca también representaba parte de la gloria de Egipto, en muchos casos, de los extranjeros que habían ayudado a levantar está nación. Después de todo, el Oráculo de Siwa había dicho que Alejandro era faraón por derecho divino, así que su legado al pueblo egipcio debía continuar ahí.

Alexander miró el edificio con un dejo de tristeza. Sabía que debía alejarse de él. Quizás algún día volvería. Paró un taxi y fue al aeropuerto, su escala sería Londres. Allí lo esperaba su vieja amiga.

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Su madre lo crió como pudo. Ella era una humilde mujer que todavía le rezaba al viejo panteón egipcio en un país decididamente musulmán. Si bien la gente se había convertido al Islam, el antiguo credo de Horus, Isis y Seth todavía tenía bastante arraigo. Su padre, un marinero griego, había embarazado a su madre y se había vuelto a su patria. Cada tanto volvía, pero siempre enviaba plata. Tan pintoresca situación daba un aire clásico a la situación, pero no era tan infrecuente.

Pero más clásico era Alexander. Desde chico se notaba que era distinto. Él no poseía los rasgos orientales propios de los egipcios, su piel era blanca, sus ojos claros, sus cabellos dorados. Parecía el vivo retrato del antiguo rey macedónico. Su madre le decía que su padre, de lo único que se jactaba, era de su descendencia directa del gran conquistador. Incluso podía rastrearla, aunque la gran mayoría de sus hijos, reconocidos o no, fueron asesinados por uno de sus generales, Casandro. No obstante, él insistía en que Alejandro había dejado bastardos por todos lados y que él era uno de ellos.

Así, su educación, si bien influida por el tinte egipcio y musulmán, fue bastante buena, con amplia lectura de clásicos, historia, matemáticas. Su padre costeó la educación más cara que pudo pagar, de un nivel excelente. Pero un día, la plata dejo de llegar. En contrapartida, las noticias de la muerte de su padre fueron lo único que llegó. Su madre, pobre y sin recursos, no soportó la carga: pese a que lo veía poco, amaba con toda su alma a ese hombre. Se suicidó.

Así, el pequeño Alexander se quedó solo. Al tiempo, la plata había desaparecido, y los trabajos que conseguían eran de muy poca monta. No le quedo más remedio: el ejército.

Pero la suerte estaba de su lado. Lo mandaron a escuadrón bastante rudo: el duodécimo de infantería, al mando de Hippatius Taita, afamado por todo el país por varios de sus emprendimientos militares. Este hombre brillante, de una capacidad de mando asombrosa y táctica inigualable, se encariñó rapidamente con el muchacho. Después de todo, Taita sabía que tenía a un polluelo del Magno.

Es por eso que no perdió el tiempo: aparte de la formación militar que le daba, Taita le enseñó al joven todo un mundo más allá de lo preconcebido, le hizo leer conocimiento esóterico. El avatar del joven despertó a este nuevo mundo. Le explicó la existencia de diversas facciones, de una guerra entre tecnomantes y defensores de los viejos credos, la noción de la magia. Le hizo leer los grandes clásicos del ocultismo occidental y también oriental, el Kybalion, el Corpus Hermeticum, las bases de la magia. Un nuevo padre había llegado a su vida. Y no sólo eso, le enseñó también a combatir y a valerse por sí mismo.

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El entrenamiento fue duro pero agotador, no obstante, la voluntad de Alexander fue tan amplía como la de su pariente. El mundo tenía lugar para uno solo por época.

Taita también lo presentó ante la capilla más importante de la ciudad. Alejandría misma era un nodo, y en la Biblioteca convivían magos Batini, a los que no veía nunca, Coristas Celestiales y principalmente Herméticos, con mayoría de magas de la Casa Shaea. A su vez, también vivían los Tecnomantes de la ciudad, al menos algunos. ¿Cómo era posible eso? Desde el Renacimiento que existe un tratado de no agresión siempre respetado para no atacar a nadie en las zonas de conocimiento: universidades, bibliotecas, centros de estudio. Así conoció mucha gente y trabó amistad con una chica unos diez años mayor que él, Gabriela Delacroix, que prontó lo ayudó en su entrenamiento mágico junto con otras magas de la Casa Shaea.

Así, Alexander adquirió los conocimientos de Taita, su mentor, de la Casa Tytalus; y de las damas de la Casa Shaea. Cuando tuvo que decidir a qué Casa hermética pertenecería, Alexander no quiso fallar a ninguno de los dos, además, él había incorporado mucho más tradicionalismo griego a sus estudios, así que no podía enmarcarse en ninguna de las tres. Entendía el progreso a través del duelo y el combate propio de los Tytalus; entendía las bases de la lingüística y la importancia de la tradición, la cultura y la historia propia de las Shaea; y a todo eso había mechado su propia concepción del mundo. Optó por integrarse a la Casa Ex Miscellanea, después de todo, no era integramente de alguna de las casas de sus maestros, sino que era una filosofía puramente hermética pero teñida de un nuevo tinte. La reacción generó risas en todos, pero también felicidad: él había estado a la altura de la situación. Quien sabe, quizás algún día funde su propia casa, dijeron.

Al poco tiempo de su graduación, Alexander había frustrado junto a Taita muchos de los grandes proyectos de los tecnócratas. Era algo muy extraño ver a sus enemigos en la Biblioteca respetando el trato, pero una vez afuera matarse sin piedad.
Taita decía que él estaba destinado a grandes cosas. Sus hermanas Shaea también, pero le decían que sea cuidadoso, que el tiempo es invencible y que al gran Alejandro lo habían eliminado sus propios generales.

Un día, a la salida de una cita con una chica, Alexander se vio en una emboscada. Los tecnomantes le habían preparado una trampa, y él se había descuidado, pese a los constantes pedidos de su maestro de estar siempre vigilante. Una de las caras tecnomantes conocidas de la biblioteca venía a darle el requiem. Alexander trató de escaparse, pero sus oponentes habían planificado hasta el más mínimo detalle. Lo único que logró hacer fue enviar una llamada de ayuda desesperada a Taita mientras lo corrían por las calles de Alejandría. Pese a todo, su mentor llegó justo a tiempo para ayudarlo y entre ambos lograron llegar a la Biblioteca, un lugar seguro. Pero cuando Taita iba a entrar un disparo acabó con su vida, justo en la entrada del lugar. El Tytalus nunca llegó. La mirada del tecnomante con el arma levantada, tras el cuerpo de Taita que caía muerto, denostaba un odio increíble. Y luego trocó en sonrisa.

Una basura menos- fue lo que alcanzó a oír el joven.

La cólera y la tristeza se apoderaron en partes iguales de Alexander. Esto no iba a quedar así. Una tarde, dentro de la Biblioteca, mientras planificaba su venganza, vio entrar al asesino de su mentor. Pese a que sus hermanas Shaea le pedían cautela, a él no le importó: sacó su arma y lo fusiló. Había roto la tregua, Taita merecía ser vengado y lo había hecho. Mirando el cuerpo sin vida del tecnomante, Alexander soló atinó a decir:

Una basura menos.

La situación se volvió espesa. Las Shaea lo querían, pero sabían que la situación se iba a volver terrible. Los tecnomantes no iban a permitir esta afrenta, aunque ellas intentarían negociar. Pero peor aún, los Quaesitor iban a invadir Alejandría para pedir explicaciones, esto iba a llegar a sus oídos.

Sólo pudieron negociar una solución. Su vieja amiga Gabriela estaba en Londres, y había pedido asistencia por una necesidad especial. Ella y Alexander eran buenos amigos, aunque él nunca avaló la idea de ella de tratar de establecer lazos de paz con los tecnócratas. No obstante, ella era un paria igual que él, mal vistos en la Orden. Ella desde hace años, él, recientemente. Sólo le quedó aceptar esa propuesta.

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Se dio de baja del Ejército. Dio una última vuelta por la tumba de su madre y la de su mentor, se despidió de sus hermanas Shaea, que lo hubieran aceptado de buena gana, aún pese a las fallas en las que había incurrido. Ya había escuchado que dos herméticos Quaesitor junto a un mago de la Casa Jenízara lo venían a buscar. Miro una vez más a su casa, la Gran Biblioteca. Pero no se arrepintió.

Se fue para Londres. Allí estaría Gabriela. Y su nueva vida.

(escrito por Draften, sobre idea de Santiago)

jueves, 24 de julio de 2008

Preludio: Thomas Canlann



La vida siempre fue un paraíso multicolor para Thomas. Desde que era chico, el podía ver cosas que claramente los demás no podían ver. La gente, para él, siempre se podía distinguir por la claridad de sus expresiones, el brillo de sus ojos, e incluso el resplandor de las auras.

Había nacido "despierto", producto de una larga herencia de familias notables. Se decía que por sus venas corría sangre de hadas, que había habido arcanos hechiceros, algún que otro condenado, y muchos, pero muchos británicos, romanos, vikingos, corsarios, industriales; un cuadro de toda la historia de Gran Bretaña. Incluso alguna abuela afirmaba que en sus sangres también corría sangre fenicia.

La infancia fue tranquila, sin grandes contratiempos. Muchos de sus amigos no lo entendían, pero por cada amigo que no tenía, más se acercaba a Eleanor. Su luz dorada era un motivo de felicidad para él, es más, su vieja abuela decía que las hebras del destino los habían entrelazado juntos hace siglos, y que su historia era una repetición constante. Pero nadie le daba mucha atención.

Sin embargo, la abuela, desde chico, fue entrenando a Thomas, sin el conocimiento de sus padres, en el estudio de la Tierra y la Fertilidad, en el corazón de los árboles y en los caminos de la Wicca, pero la Wicca real, no la Gardneriana reinstalada en los 60. Pronto, el pequeño empezó a percibir los canales de la vida, la importancia de la sangre, cómo cada órgano representaba una función en la vida de las personas, no solamente su función física, sino también una espiritual.

Lo que él nunca le contó a su abuela, era de la mujer que lo ayudaba a entender lo que la anciana le explicaba. Era una mujer de pelo negro, corto, siempre aparecía desnuda ante él, y su rostro iluminado por pequeñas motas de colores, que formaban como raíces. Siempre sonreía y, si bien no hablaba, él no necesitaba entender. Quizás por eso le gustaba tanto Eleanor... la veía muy parecida a esa mujer que lo acompañaba siempre, aunque muchas veces no la viera.

Para mejor, los visitantes de la abuela, la Buena Gente, eran frecuentes casi todos los meses. Thomas creció entonces entre los últimos resabios de las hadas.

La adolescencia en Truro, su ciudad natal, capital del Estado de Cornwall (o Cornualles) al suroeste de Inglaterra, fue muy provechosa. Una ciudad de 20 mil personas, con bastante belleza natural, mostraba la mejor cara de la Isla. Verde, azul, los colores se mezclaban de una forma hermosa. Así, pudo dedicarse a estudiar Historia y Cultura Antigua en la Universidad de Cornualles. Y dedicarse a Eleanor, su compañera del alma.

Desde siempre se había sentido conectado a ella, era una parte de su alma. Ella siempre tenía una sonrisa para él, alguna broma para sacarle una sonrisa. Fue la única que cuando él, cansado del resquemor de sus compañeros por no poder ver la realidad como él, se quedó a su lado como un faro para tranquilizarlo. Ese día fue el primer contacto de Thomas con una faceta de la realidad que su abuela nunca le había dicho: la Paradoja. Ese día había hecho magia vulgar para sorprender a sus compañeros y había caído en un trance. Sólo la voz constante de Eleanor le permitió salir de esa irrealidad dónde había quedado atrapado.

Con el tiempo la amistad evolucionó en amor. Pero ella, por mandato paterno, tuvo que irse a estudiar a Londrés. La despedida fue dura, pero él sabía que ella iba a estar ahí cuando él la necesitara.

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El despegarse de la adolescencia le permitió descubrir a Thomas que su abuela no era más que una simple bruja de pueblo. No poseía poderes mágicos reales, sino que conocía un gran repertorio de sortilegios listos para cualquier ocasión. No obstante, gracias a la compañía de la Buena Gente, de la que ella afirmaba que él llevaba en sus venas sangre de los Sidhe, hacían que el joven encontrará interesantes estas reuniones.

En una de esas disparatadas reuniones, recibieron la visita de la "Princesa Gwendolyn", una jovencita increíblemente atractiva que trabó buenas migas con Thom. Ella le dijo que conocía gente como él, y que iba a presentarle algunos amigos para ayudarlo a progresar más que lo poco que su abuela le había enseñado, y a quien claramente Thomas había superado con creces.

Así, a los pocos días recibió la visita de una enigmática mujer: la Dama Deirdre, hija de la Rosa. O al menos así se presentó. Por esos entonces, Thomas ya había empezado a dar clases en escuelas locales, y se había vuelto el hombre de referencia para toda fiesta local y nacional. Deirdre se quedó un tiempo en Truro, instruyendo a Thomas y explicándole la visión de la realidad de una facción de místicos conocidos como la Verbena.

La información fue procesada y asimilada velozmente, y Thomas creció a nivel mágico de manera increíble. Al tiempo se comprometió con la doctrina de la Tradición, y en un ritual en Beltane, se le dio la bienvenida a la tradición en un viejo castillo en Tintagel. Ese día, hubo muchos rumores entre la gente, por un lado, en su Tradición se hablaba muy bien de su linaje histórico, de la fusión de razas en su ser, pero también se recordaba a sus ancestros: Morgana y Mordred. La primera, se debatía todavía su increíble legado a la Tradición, aunque no pocos decían que se había hecho barabbi, es decir, se había volcado al infernalismo. Del otro no había nada bueno que decir, sólo que muchos sostenían que había seguido el camino de su madre/tía hacia la Oscuridad. Claramente, la recepción fue positiva.

Al tiempo de volver a Truro, y cuando ya empezaba a prepararse para seguir adelante con su vida, ayudando también a la Verbena, recibió la posibilidad de trabajar en Londrés como asistente de Cátedra de un prestigioso doctor en Historia y Cultura de las Islas. Se despidió de su familia y partió.

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La vida en Londrés empezó con el pie izquierdo. La ciudad era gris, su color apagado se mezclaba con las nieblas infinitas de la ciudad. La gente estaba embobada en su mundo: ver fútbol, televisión y escándalo de personalidades y realeza. Consiguió eltrabajo en una universidad privada y pronto dio con el otro motivo por el que estaba acá: Eleanor.

Al principio, la relación fue un poco fría, pero enseguida revivió la vieja pasión. Ella trabajaba en un Fondo de Inversión, por lo cual plata nunca le faltaba. Y él pudo mudarse a su casa. A los meses, ella le regaló un local para instalar su propio club.

La vida era serena, aunque realmente lamentaba no haber tenido contacto con su gente durante mucho tiempo. Pensó que realmente se lo habían olvidado.

Pero una noche, durante una de las reuniones que llevaba en su club, recibió una visita particular. Otra mujer más iba a ingresar a su vida.

Escrito por Draften (sobre idea de Jaime)

domingo, 20 de julio de 2008

Preludio: Nathan Philips




La primera vez que Nathan entró a la oficina de su hermano pensó que era el ingreso al paraíso. Sólo tenía 12 años, y ya desde ese entonces era un obsesivo de la informática. Su hermano trabajaba en la destacada Infinity Corp., una poderosa empresa que había desarrollado algunos de los softwares más importantes de los últimos años.
Al pasar por esas puertas vio el ambiente: oficinas propias llenas de PCs de la más alta generación, pantallas digitales, discos de todo tipo y color, sonidos. Era un mundo tecnológico en sí mismo... un poco gris, pero bello en sus formas.

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Él fue el primero en festejar ese año cuando el producto que había hecho con John había arrasado con las ventas. Le gustaba el trabajo pero no el lugar. Esas oficinas aisladas que tanto lo habían impresionado ahora eran cubículos grises, dónde el pobre operario estaba condenado a su trabajo. Programar líneas y líneas de programas. Sólo infinitas cadenas de 0 y 1 que se entrelazaban para formar un código.

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Cómo festejó ese ascenso. Por pedido de John, lo habían ascendido a un nuevo departamento: el de Control. Lo sorprendió que ésta derivación era tan grande como el resto de la empresa. Tenían unas súper computadoras tremendas. A los pocos días el ascenso paso a ser una carga espantosa: debía vigilar listas de productos, valores, finanzas, movimientos, rastrear llamadas telefónicas de gente que no conocía.

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Un día, mientras jugaba a esos juegos online que se había instalado de contrabando, una compañera lo atrapó con las manos en la masa. Al poco tiempo eran buenos amigos y ella jugaba con él y cada tanto salían. Nathan, si bien no lo quería decir, albergaba algunos sentimientos por Julie.

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Una tarde en una de esas listas interminables, captó un ingreso externo al sistema. Alguien se había metido a esta poderosa base de datos. Nathan lo denunció, habló con John, el encargado del sector. A los pocos minutos le estaba contando su genial hallzago a Julie. Ella sonreía, pero en sus ojos había infinita tristeza. Él le dijo de salir, de divertirse juntos. Ella sólo le entregó un sobre, le dijo que después, cuando estuviera cómodo, lo leyera.

Esa misma noche, él supo que ella no volvería a trabajar más. Las noticias mostraban su cuerpo quemado, en todos los canales. Había sido atacada por una pandilla, la habían violado, y luego, la prendieron fuego viva. Por instinto, sacó la carta que había dejado olvidada. Eran varias páginas. En ellas le hablaba de una guerra entre un grupo llamado la Tecnocracia y unos librepensadores informáticos, los Adeptos Virtuales. Ella decía que pertenecía a este grupo, si bien no como uno de sus miembros sino como una asistente. Y le daba a él un contacto: Darkstar, en el servidor Bahamut. Él entendió al instante.

A la semana logró dar con esta mujer y le preguntó por Julie. Ella le contó una historia de magos y tecnomantes, de realidades que no eran. Él no creyó una sola palabra, pero ella decidió mostrarle un enlace con documentos privados. El los leyó... y las ideas cuadraron rápidamente en su cabeza. Entendió muchos principios acerca del orden de las cosas, de los principios de la realidad. Esos textos, extraños, le dieron un brillo a sus ojos... y ahí realmente los abrió. Y vio el gris de su habitación, el verde las plantas, las miles de telarañas entrelazadas en su tecnología. Su casa se le antojaba fría... Londres se le antojaba más fría, y gris, como si todo fuera de la misma niebla de la ciudad. Los objetos, todo tenía una vivacidad, incluso en esos grises fríos del metal, en la piedra misma.

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Los meses pasaron y Darkstar se volvió su aliada principal. Sólo se veían online en el juego. Nunca en persona. Con el tiempo él entendió lo que ella le decía, los enlaces que le pasaban, y empezó a "programar" variables en la realidad. Sus sentidos salían de su persona y miraban más allá de sus ojos, escuchaban más allá de sus oídos. Y tejió una red de amigos: eran un grupo de locos lindos, luchaban por un ideal de libre información, había que mejorar a la humanidad, basta de encerrarse en la monotonía. Y para ellos trabajó, pasando datos: Julie se había arriesgado a dejar entrar a alguien y lo había pagado con la vida.

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Y un día lo que Nathan más temía sucedió: lo descubrieron. Tuvo que eliminar una lista con nombres de algunos de sus amigos, no la había podido sacar del registro del servidor, y había saltado a la luz su intento. Cuando quizo irse, notó algo terrible: el departamento estaba sellado. La gente trabajaba como si a él no lo reconocieran: llamó la atención de sus colegas, pero ellos no lo notaban. Y ahí vio a John entrar a la oficina. Al instante, como por arte de magia, Nathan cayó desplomado.

Su primer pensamiento al recobrar su consciencia fue preguntarse donde estaba. Era un cuarto blanco, aséptico, sin siquiera poder distinguir donde el techo empezaba.

Era como si estuviera en la nada. Sus sentidos estaban distorsionados, confundidos como nunca. Hace meses había empezado a entender la conectividad de las distancias, ahora estas se habían trastocado en una negación. Empezó a moverse por el cuarto... pero era infinito, no encontraba paredes, no distinguía el techo, y a no ser por el contacto con el suelo, incluso hubiera dudado de él. Así pasaron ¿horas, días, meses?, mientras su mente desvariaba, sentía que no le faltaba nada, pero no hacía nada, no necesitaba comer, hacer sus necesidades, nada.
Solo dormía y buscaba una salida a ese maldito lugar. Cuando dormía, ni los sueños lo acompañaban: juraría que alguien revisaba su cabeza esperando encontrar algo.

Un día se abrió una puerta. Por ella entraron dos individuos, John era uno; al otro, Nathan no lo conocía, pero emitía una presencia de autoridad. Era rubio, de cabellos dorados y mal peinados, cortos, no demasiado alto pero atractivo, y vestía de riguroso traje blanco.
Ya nos has dicho todo lo que necesitabamos saber, te lo agradezco- dijo este hombre.
Y prosiguió: Es tu hermano, John, la responsabilidad es tuya.
Luego, salió de la oficina.
John sacó un arma de su traje, y disparó. El impacto cálido del acero dio contra uno de los pulmones. John miró a su hermano, se dio vuelta y dijo, mientras salía por la puerta: "Por nuestro lazo es que vives, de ahora en más, para mí estás muerto".
Nathan recobró su consciencia en esos momentos: la puerta estaba abierta y salió corriendo a la calle. Estaba en un galpón. Alcanzó a ver el coche donde se iban los dos hombres y sólo alcanzó a oír un diálogo.
"Hiperion, la fase uno..." y el coche aceleró.

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Los días pasaron. El joven se recuperó casi milagrosamente en un hospital de Londres. Alguien corrió con los gastos. Pero no era John. Una mujer entró a la habitación del hospital.

Y acá comenzará la aventura.


Escrito por Draften (sobre idea de Ashe)

jueves, 10 de julio de 2008

Futura Mesa de Mago


Mordred

Blog creado para las crónicas de la mesa de Mago que dirigirá Draften en Rolarte a partir del domingo 3 de agosto.