miércoles, 30 de julio de 2008

Preludio: Gabriel Larsen



Las gotas caían con fuerza sobre las chapas del Dojo. No era demasiado pintoresco desde su exterior, pero adentro era confortable. Estaba ubicado sobre la parte este de la ciudad, sobre el East End. Esa zona es la más cercana al puerto original de Londres, plagada de inmigrantes y posiblemente la zona más pobre de la ciudad.
Gabriel abrió los ojos y vio el techo familiar. Un hombre mayor reposaba a su lado. Se palpó instantaneamente la herida pero no encontró nada. Miro su brazo... estaba consumido por el fuego. Había pasado lo peor.

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La vida para Gabriel había sido difícil. Siempre lo discriminaban por algo. Lo rechazaban por pobre, por londinense, por su equipo de fútbol, por rico, se burlaban de su madre, su padre, de quien sea. Sus compañeros de escuela estaba claro que lo odiaban, nunca pudo dilucidar claramente el motivo, pero era evidente que la situación duraría hasta que él se cansara. Y claro esta, la situación tuvo fin. Un día, los jovencitos decidieron tenderle una trampa que terminó con dos de ellos en el hospital. Quedo claro esa misma tarde que él no les iba a perdonar nada: dos de ellos terminaron en el hospital, uno de ellos con fracturas y el otro en estado reservado. Gabriel lo había literalmente, reventado a golpes.
La junta escolar dio su veredicto: no era sano, había que internarlo, estaba poseído por el odio. En estas escuelas postergadas inglesas todavía se aplicaba el castigo físico como medida disciplinaria. Los maestros le tenían miedo. Como contrapartida, un maestro sugirió que practicara artes marciales, al menos para poder encontrar un foco a su violencia. Pese a las airadas protestas de los demás docentes, que consideraban que eso sólo le daría más recursos a la hora de los golpes, se decidió que así fuera. La elección pronto daría sus frutos.

A Gabriel lo ayudo el hecho de que desde ese día, nadie decidió molestarlo más. Los compañeros le tenían temor, y para él era mejor, lo dejaban en paz con su mundo, aunque algo dentro de él lo instaba a pelear.

Los primeros días en el dojo se los pasó pegándoles a sus compañeros. El maestro Jake lo miraba y lo contemplaba en silencio mientras él azotaba al resto. Lo escrutaba física y mentalmente. Su furia seguía venciéndolo una y otra vez. Pero un día el maestro lo enfrentó. Gabriel asustado intentó su repertorio de golpes; todos fueron rechazados y recibió la peor paliza de la que tenga recuerdo. El maestro se sentó a su lado y le dijo: "Tu furia es buena, pero deberías enfocarla, cada ser tiene un enfrentamiento entre su deseo y su razón, y ambos lo conducen hacia el desastre. Debes aprender a controlar tu rabia, ella puede convertirse en una energía infinita y darte la fuerza necesaria para vencer cualquier obstáculo. Debes aprender a controlar tu razón, debes mantener la calma siempre para poder pensar sin ataduras, pero no debes negar al instinto. La clave del ser está en el centro: el equilibrio. Debes fluir siempre por el centro".
El mensaje era críptico, pero Gabriel lo entendió. Con el tiempo, los postulados filosóficos de Jake y su entrenamiento, sumados a las incontables palizas que le propinó, cuadraron en Gabriel. Se volvió más apacible, cambió su postura agresiva, empezó a acercarse a sus compañeros y hasta mejoró en sus notas. Empezó a regular ese flujo de energía en sus actividades, con mejoras increíbles.

Pero como todo en su vida, siempre la furia primal estaba ahí, esa rabia incontenible sólo se ocultaba, nunca se había ido. Una noche al salir del dojo, donde se había quedado charlando con el sensei, unos delincuentes se acercaron para robarlo. Gabriel pudo haberlos neutralizado sin problemas, pero no quería violencia y entregó su billetera. Le pidieron la pulsera de su abuelo, único recuerdo del único hombre hasta la llegada del sensei que se había preocupado por él. Gabriel se negó. Los asaltantes no lo entendieron e insistieron. Él joven sintió la adrenalina fluir por su médula y la rabia se apoderó de su persona tras las repetidas demandas de los malvivientes. Estos a su vez se cansaron y lo atacaron con sus cuchillos.
El miedo debería haberlo paralizado pero no lo hizo. La calma que debería haberlo acompañado tampoco estaba. Sólo había odio e instinto animal. No le harían nada. No le harían absolutamente nada. Y él los mataría, los molería tanto a golpes, los desfiguraría con la fuerza de sus puños. Escorias miserables, se metieron con la persona equivocada. No tendrían oportunidad de redimirse.

Gabriel esquivó los ataques sin dificultad, y cuando lanzó su primer puñetazo hubiera jurado que un dragón de fuego, una sierpe de llamas negras se disparaba de su brazo a la par de su golpe. Si, sería el fin de esos miserables, cuyos ojos demostraban un terror absoluto. Pero el impacto nunca dio a luz. Algo se interpuso entre ellos. Y con horror, Gabriel vio como Jake había parado el puñetazo de fuego oscuro con su cuerpo. En ese instante, sintió una violenta punzada en su espalda, como si una daga congelada se clavaba en su médula. Cayó desmayado.

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La mirada del anciano parecía perdida en la nada, no obstante, cuando habló, Gabriel sabía que era para él.
Tránquilo joven Seito -dijo- no sufras por lo sucedido, lo que ha hecho tu maestro ha sido para mantener tu equilibrio. Para que tu espíritu no se pierda. Él me mandó a llamar porque sabía que este día se acercaría pronto. Ahora tu me seguiras y aprenderas lo que te enseñe. Te queda algo qué decir?
Gabriel entendió lo que había pasado. Las lagrimas, al igual que las gotas que caían fuera del Dojo, parecían en armonía con el lamento de una muerte.
Sí, deseo no volver a lastimar a alguien como lo hice con mi maestro. No quiero volver a hacer esa serpiente de fuego- susurró.
Pero las marcas ya se habían instalado. En su brazo yacía un tatuaje de un dragón negro, el mismo que recubierto en llamas había destrozado el cuerpo de Jake.

El entrenamiento fue corto pero efectivo, el maestro Seinan empleó sus conocimientos didácticos de forma rápida y selló el dragón de Gabriel. Su enseñanza fue similar a la de Jake, pero en otro plano de existencia. Le enseñó a dominar su mente, a controlar las energías básicas del cosmos, a pelear como un dragón, sin perder la furia del Tigre ni la gracia del Fénix. Le explicó la existencia del mundo mágico, de las Tradiciones, de la Tecnocracia, de esa guerra nefasta, de las distintas vertientes de poder que existían en el Tapiz. Lo instruyó asimismo para entender la Paradoja, pero principalmente, lo convirtió en un verdadero hermano akáshico. El dharma, el do, el camino del zen, la quietud, fueron conceptos que Gabriel incorporó rápidamente.

Una noche, Seinan partió. Le dejó una carta pidiéndole que siguiera entrenando y que protegiera la ciudad. Y a la gente sin nada. Había demasiado odio en Londres, demasiada tristeza. Y confiaba en él para hacerlo. Gabriel tomó la posta de Jake. Parte del ciclo, lo que se va, vuelve en otras formas, ahora Jake reencarnaría para seguir adelante su camino, Gabriel todavía le quedaba mucho por aprender en el mundo.

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Tiempo después, cuando cerraba el dojo a los pocos chicos que entrenaba, un hombre entró y preguntó por él.

(escrito por Draften, sobre idea de Max)

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