domingo, 20 de julio de 2008

Preludio: Nathan Philips




La primera vez que Nathan entró a la oficina de su hermano pensó que era el ingreso al paraíso. Sólo tenía 12 años, y ya desde ese entonces era un obsesivo de la informática. Su hermano trabajaba en la destacada Infinity Corp., una poderosa empresa que había desarrollado algunos de los softwares más importantes de los últimos años.
Al pasar por esas puertas vio el ambiente: oficinas propias llenas de PCs de la más alta generación, pantallas digitales, discos de todo tipo y color, sonidos. Era un mundo tecnológico en sí mismo... un poco gris, pero bello en sus formas.

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Él fue el primero en festejar ese año cuando el producto que había hecho con John había arrasado con las ventas. Le gustaba el trabajo pero no el lugar. Esas oficinas aisladas que tanto lo habían impresionado ahora eran cubículos grises, dónde el pobre operario estaba condenado a su trabajo. Programar líneas y líneas de programas. Sólo infinitas cadenas de 0 y 1 que se entrelazaban para formar un código.

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Cómo festejó ese ascenso. Por pedido de John, lo habían ascendido a un nuevo departamento: el de Control. Lo sorprendió que ésta derivación era tan grande como el resto de la empresa. Tenían unas súper computadoras tremendas. A los pocos días el ascenso paso a ser una carga espantosa: debía vigilar listas de productos, valores, finanzas, movimientos, rastrear llamadas telefónicas de gente que no conocía.

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Un día, mientras jugaba a esos juegos online que se había instalado de contrabando, una compañera lo atrapó con las manos en la masa. Al poco tiempo eran buenos amigos y ella jugaba con él y cada tanto salían. Nathan, si bien no lo quería decir, albergaba algunos sentimientos por Julie.

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Una tarde en una de esas listas interminables, captó un ingreso externo al sistema. Alguien se había metido a esta poderosa base de datos. Nathan lo denunció, habló con John, el encargado del sector. A los pocos minutos le estaba contando su genial hallzago a Julie. Ella sonreía, pero en sus ojos había infinita tristeza. Él le dijo de salir, de divertirse juntos. Ella sólo le entregó un sobre, le dijo que después, cuando estuviera cómodo, lo leyera.

Esa misma noche, él supo que ella no volvería a trabajar más. Las noticias mostraban su cuerpo quemado, en todos los canales. Había sido atacada por una pandilla, la habían violado, y luego, la prendieron fuego viva. Por instinto, sacó la carta que había dejado olvidada. Eran varias páginas. En ellas le hablaba de una guerra entre un grupo llamado la Tecnocracia y unos librepensadores informáticos, los Adeptos Virtuales. Ella decía que pertenecía a este grupo, si bien no como uno de sus miembros sino como una asistente. Y le daba a él un contacto: Darkstar, en el servidor Bahamut. Él entendió al instante.

A la semana logró dar con esta mujer y le preguntó por Julie. Ella le contó una historia de magos y tecnomantes, de realidades que no eran. Él no creyó una sola palabra, pero ella decidió mostrarle un enlace con documentos privados. El los leyó... y las ideas cuadraron rápidamente en su cabeza. Entendió muchos principios acerca del orden de las cosas, de los principios de la realidad. Esos textos, extraños, le dieron un brillo a sus ojos... y ahí realmente los abrió. Y vio el gris de su habitación, el verde las plantas, las miles de telarañas entrelazadas en su tecnología. Su casa se le antojaba fría... Londres se le antojaba más fría, y gris, como si todo fuera de la misma niebla de la ciudad. Los objetos, todo tenía una vivacidad, incluso en esos grises fríos del metal, en la piedra misma.

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Los meses pasaron y Darkstar se volvió su aliada principal. Sólo se veían online en el juego. Nunca en persona. Con el tiempo él entendió lo que ella le decía, los enlaces que le pasaban, y empezó a "programar" variables en la realidad. Sus sentidos salían de su persona y miraban más allá de sus ojos, escuchaban más allá de sus oídos. Y tejió una red de amigos: eran un grupo de locos lindos, luchaban por un ideal de libre información, había que mejorar a la humanidad, basta de encerrarse en la monotonía. Y para ellos trabajó, pasando datos: Julie se había arriesgado a dejar entrar a alguien y lo había pagado con la vida.

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Y un día lo que Nathan más temía sucedió: lo descubrieron. Tuvo que eliminar una lista con nombres de algunos de sus amigos, no la había podido sacar del registro del servidor, y había saltado a la luz su intento. Cuando quizo irse, notó algo terrible: el departamento estaba sellado. La gente trabajaba como si a él no lo reconocieran: llamó la atención de sus colegas, pero ellos no lo notaban. Y ahí vio a John entrar a la oficina. Al instante, como por arte de magia, Nathan cayó desplomado.

Su primer pensamiento al recobrar su consciencia fue preguntarse donde estaba. Era un cuarto blanco, aséptico, sin siquiera poder distinguir donde el techo empezaba.

Era como si estuviera en la nada. Sus sentidos estaban distorsionados, confundidos como nunca. Hace meses había empezado a entender la conectividad de las distancias, ahora estas se habían trastocado en una negación. Empezó a moverse por el cuarto... pero era infinito, no encontraba paredes, no distinguía el techo, y a no ser por el contacto con el suelo, incluso hubiera dudado de él. Así pasaron ¿horas, días, meses?, mientras su mente desvariaba, sentía que no le faltaba nada, pero no hacía nada, no necesitaba comer, hacer sus necesidades, nada.
Solo dormía y buscaba una salida a ese maldito lugar. Cuando dormía, ni los sueños lo acompañaban: juraría que alguien revisaba su cabeza esperando encontrar algo.

Un día se abrió una puerta. Por ella entraron dos individuos, John era uno; al otro, Nathan no lo conocía, pero emitía una presencia de autoridad. Era rubio, de cabellos dorados y mal peinados, cortos, no demasiado alto pero atractivo, y vestía de riguroso traje blanco.
Ya nos has dicho todo lo que necesitabamos saber, te lo agradezco- dijo este hombre.
Y prosiguió: Es tu hermano, John, la responsabilidad es tuya.
Luego, salió de la oficina.
John sacó un arma de su traje, y disparó. El impacto cálido del acero dio contra uno de los pulmones. John miró a su hermano, se dio vuelta y dijo, mientras salía por la puerta: "Por nuestro lazo es que vives, de ahora en más, para mí estás muerto".
Nathan recobró su consciencia en esos momentos: la puerta estaba abierta y salió corriendo a la calle. Estaba en un galpón. Alcanzó a ver el coche donde se iban los dos hombres y sólo alcanzó a oír un diálogo.
"Hiperion, la fase uno..." y el coche aceleró.

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Los días pasaron. El joven se recuperó casi milagrosamente en un hospital de Londres. Alguien corrió con los gastos. Pero no era John. Una mujer entró a la habitación del hospital.

Y acá comenzará la aventura.


Escrito por Draften (sobre idea de Ashe)

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