lunes, 25 de agosto de 2008

Preludio: Gunnar Sturmson



Una sonrisa. Le costaba mucho hacerla sonreir, ella siempre lo miraba con cierto recelo y desconfianza, producto de una unión impensada pero productiva, no obstante, él, pese a sus falencias, intentaba sacarle una sonrisa.

La vida de Natasha había sido severa. Descendiente de una familia rusa decadente, a la que le habían asestado un golpe fatal durante la Revolución de 1917, los Tvarivich habían sabido esperar el momento para reacomodarse socialmente en la era capitalista rusa. Tras formar parte de algunos acuerdos con ciertos empresarios, la familia de Natasha logró establecerse en el incipiente mundo empresarial ruso: se convirtieron en magnates de los recursos naturales.

No obstante, la familia Tvavirich tenía varios hijos, y necesitaban expandirse para acomodar sus recursos: esto llevó a tener que pedir la ayuda de varias tribus para tratar de reestablecer a los Colmillos Plateados por Europa. Sí, los Tvavirich hace tiempo que pertenecían a esta tribu de hombres lobo.

Con ella se casó Gunnar Sturmson. Él era un caso raro entre la tan afamada Camada de Fenris. De Gunnar se esperaban grandes cosas. Sus padres, dos parentelas, sabían que su hijo iba a ser un hombre lobo, todos los auspicios lo habían dicho. En la tribu se respiraba algarabía ante la llegada de un nuevo hermano que iba a movilizar a los Fenris a la gloria siempre ansíada. Pero... nació Kara, la hermana. Bendecida por el mismo Fenris. Una niña, en una tribu machista. Y al poco tiempo nació Gunnar. Y por lo que pudieron saber, el niño no era un lobo. No obstante, en su nacimiento, el gran lobo volvió a aparecer para dar su bendición: dejó a un lobo Fimbul al cuidado del pequeño. Así, la infancia de Gunnar pasó entre disputas con su hermana, a la que él juzgaba de haberle robado su gloria, y de enseñanzas del mundo sobrenatural.

Los Fenris, si bien aceptaban de buen grado los atributos de los Sturmson, les costaba todavía aceptar a una mujer y a un homínido como sus grandes hermanos. Para paliar esto, los padres de los niños decidieron hacer una apuesta arriesgada: convertirían a Kara en una guerrera digna del respeto, y a Gunnar en un poderoso hechicero como el mismísimo Odín. Para ello, a Kara la enviaron con Golgol Colmillos-Primero, Gran Caudillo de Guerra en el Amazonas, Gran Anciano de la Tribu, a aprender y convertirse en una honorable combatiente. Y para Gunnar, tuvieron que revivir los antiguos tratos con una Tribu de Magos, los Verbena, y ponerlo a la altura de los demás.

El entrenamiento con los magos fue duro. En las capillas del norte de Escandinavia, casi bordando el círculo ártico, Gunnar aprendió lo rudo de las condiciones, a manipular su cuerpo y a conversar con los espíritus. Su apariencia ya llevaba las marcas del guardián que Fenris le había asignado: sus caninos eran más grandes y más afilados, sus ojos eran de un celeste frío, casi congelado, y si uno se descuidaba, podía jurar que eran los ojos de un lobo, y su cabello dorado tenía algunos tintes de un blanco azulado hielo.
Los Verbena le enseñaron a manejar la sangre, a entender la vegetación, la consistencia de su ser, a llamar a los espíritus, lo cuál era sencillo para él dada su condición de parentela, a pedirles favores. Un mago había nacido.

La vuelta de ambos hijos no pudo ser mejor: Kara era respetada, aunque se había vuelto taciturna y criteriosa, hablaba poco, pensaba mucho. La vida en el Amazonas y el entrenamiento con Golgol habían sido terribles: había visto y enfrentado todo tipo de cosas, había aprendido una disciplina exigente y hasta había desarrollado una tranquilidad a prueba de catástrofes. Gunnar también se había vuelto muy parecido: era reservado, sus palabras no solían hacer mella en nadie ni contaba con un gran don de liderazgo, se había vuelto tímido, pese a todo, era temperamental como sus hermanos de tribu.

Con el tiempo, ambos lograron hacerse un nombre dentro de los Fenris, generalmente actuando en distintas ciudades escandinavas: Oslo, Helsinki, Estocolmo, Copenhague, en las ciudades principales y también las menores, de norte a sur: Hammerfest, Lulea, Trondheim, Kalmar, Malmo. Siempre que se necesitaba actuaba.
Pero los planes de Kara eran claros, necesitaba contar con una estructura férrea para poder detener todo avance del Wyrm en sus tierras, y aparte vislumbraba la posibilidad de acercarse nuevamente a Britania, enemistada con los Fenris desde los años de las conquistas vikingas. Pocos caerns Fenris quedaban ya en la isla. Pero al norte de Londres todavía quedaba uno, pequeño pero importante. No era tan grande como el de Lindisfarne, pero era el más cercano a la ciudad. Kara propuso a su hermano para ir a vivir a la ciudad y mantener el enlace con los Fenris del norte de Londres. A su vez, sugirió a su hermano establecer una alianza con una mujer de los Colmillos Plateados.
Pese a las determinaciones de Kara, Gunnar no tuvo objeciones. Natasha era la mujer más hermosa que había visto, fue un flechazo a primera vista. Y la idea de vivir en Londres, más cerca de los Verbena y con una función definida, le pareció infinitamente más interesante que quedarse vagando de ciudad en ciudad. Así que aceptó con gusto ambas proposiciones y se fue a la Isla.

La vida con Natasha al principio fue difícil, ella tenía un carácter demasiado práctico: muy honesta, directa, las cosas siempre bien claras. Y como era de esperarse en un matrimonio arreglado, no hubo amor de entrada. El paso del tiempo fue generando un acercamiento y ambos llegaron a un punto donde se podrían decir que se hicieron novios. Natasha mantenía sus reservas, pero era evidente que Gunnar si estaba enamorado.

Así, mientras él convive informando a sus hermanos Fenris, ella genera una red de alianzas con las distintas tribus de la ciudad y de la Isla, pronta a ganarse un nombre y establecerse como Gran Caudilla de Guerra en Britania.

Y pese a todo, él lograba sacarle una sonrisa, la misma que de a poco, a ella la iba enamorando.

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